en crisis
Ansío desmesuradamente engullir alimentos. En realidad no tengo nada de hambre, simplemente es un intento por calmar los gritos emocionales de mi estómago.
Mi cabeza permanece alerta todo el tiempo así que me veo obligada a pactar con ella. Hacemos un trato: evitaré la ingestión desmesurada de alimentos pero me acurrucaré en el sofá por tiempo indeterminado, eso sí, con todos los bártulos necesarios para que nada ni nadie me arrebate el letargo físico: un par de mantas, la estufa, el móvil, el fijo y un paquete de pañuelos encima de la mesa, y el mando de la tele bajo el cojín.
Secaré mis lágrimas para que puedan salir las siguientes y me estiraré cogiéndome el estómago para que deje de latigarme las entrañas. “Piensa en cosas bonitas niña”. “Cálmate”. “Esto se pasa, ya lo verás”.
Respiro profundamente para escuchar como el aire sigue penetrando en mi cuerpo sin que pueda evitarlo y escucho el ir y venir de una y otra respiración. En la calle, los coches siguen pasando uno tras otro y se paran en el semáforo de enfrente de la portería. Lo sé porqué escucho la música de cada uno de ellos hasta que se pone verde otra vez.
Todos salieron porqué es domingo. Me aturde la seguridad de que el lunes puedan pensar en lo genial que fue el fin de semana. El mío fue como casi siempre, salvo por una cosa: conseguí pasar una crisis más pero esta vez pude recordar porqué.