LaMiradaDelGato

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    una historia con nombre propio

    Kiruna.

    Kiruna.

    Se miraba en el espejo y repetía su nombre de forma incesante. Obsesiva. Algunos dirían quizá, con la insistencia esquizofrénica de haberse perdido entre varios de sus personajes interiores. De todas formas, eso en realidad no importa.

    Kiruna. Seguía diciendo. Chillaba al cielo de su habitación: Kiruna.

    No tiene más trascendencia que la que seamos capaces de darle. Simplemente, era una forma de vestirse antes de salir a la calle. El paso previo al suspiro, a la ducha, al primer paso hacia la rutina que la apresaba conscientemente cada uno de los segundos de su existencia. A veces, con más conciencia que otras.

    Despertar es un acto doloroso, que requiere cierta valentía. Cierta dosis de locura enferma de convencionalismos sociales.

    Hacía días que un temblar extraño invadía su ser, la secuestraba, torturaba su cuerpo... reflejando hasta el agotamiento el estado de su alma, de su ingenua espera, de su silencioso dolor.

    Las lágrimas, frías y rabiosas en tiempos no demasiado lejanos, se reconocían ahora en gotas de sangre borboteante en cada una de las heridas que coleccionaba su corazón.

    Suspiraba. Había aprendido a hacerlo en cada una de pequeñas pausas que aun toleraba su voz interior.

    Pero a veces, esas paredes, las mismas que la apresaban sin perdón, la empujaban hacía los rayos de sol, y entonces... entonces los colores del día daban brillo a su piel y a su mirar, y una cálida sonrisa se apoderaba de sus labios.

    El deseo, el amor, la alegría... un sin cesar de energía positiva brotaba de cada uno de sus poros hasta contagiar cada milímetro, cada segundo, cada nada de ese todo en el que vivimos. ¿O debe describirse al revés?

    Se diría que padecía, y con ella los demás, de personalidad histriónica... de cambios de humor y de ánimo más efímeros e inestables que cualquier otro ser en el mundo. También de los más intensos momentos que jamás nadie sería capaz de saborear.

    Con el tiempo había aprendido a creer en la necesidad de esos extremos. Vivía alimentándose de ellos. Reconocía el opuesto después de padecer el primero. Bueno o malo. Oscuro o claro. Suave o abrupto. Efímero o eterno. Sano o pecaminoso.

    En realidad hablamos de lo mismo. De buscar el todo en un mismo y de ser capaz de reconocerlo en el otro.

    Kiruna había padecido mucho hasta acertar a comprenderlo, hasta encontrar, de la única manera que podía ser, quien la entendiera por lo que era. Sin más y sin pero.

    Desubicada. Desorientada por la pérdida de un tiempo lejano de caballeros y doncellas, de honor y nobleza, de sueños y belleza.
    Hechizada por ese cuento que todos reconocen como ridículo e infantil y por el deseo de lo que debería ser y no es nunca, no se permitía un segundo de descanso.

    Su vida, su sueño, su ser entero estaba en juicio.
    Su credibilidad y su persona colgaban de un hilo como marioneta amada por su titiritero, como una niña que espera la mano del adulto para cruzar la calle. Como princesa que sueña el beso de su azul para cerciorarse que nada imaginado pudo ser mejor.

    Kiruna. Una y otra vez Kiruna.

    Despierta. Intenta no volver a cerrar los ojos. No deberías haber confiado en la bruja y en su manzana. O quizá sí. Puede que debieras haberlo aprendido antes.

    De todas formas, ahora ya es demasiado tarde.

    Estaba allí, en ese preciso momento. Estuvieron allí.
    Dónde nadie más que ellos se encontraban una y otra vez.

    Sin poder evitarlo. Deseándolo.

    Sufriendo esa imparable necesidad de lo desconocido que crece y asusta por su fuerza, por su vitalidad... por sobrevivir como nunca jamás.

    El destino ya barajó sus cartas, y todos impusieron sus trampas. Incluso ellos mismos.

    Pero no. Ahora ya es demasiado tarde. Para todos.

    Para todos los que asustados cerraron los ojos para poder soñar, o que despiertos, no quisieron dejarse llevar...

    No es tarde para ella, tampoco para él. El tiempo se detuvo en algún momento. En uno de esos instantes mágicos que crearon entre los dos.

    * * *

    La historia puede ser tan real como cierta pero sólo creeremos en ella en la medida en la que podamos sufrir su veracidad. ¿Quién dijo lo que era felicidad? ¿Quién osó enmarcarla en un mapa irreal? ¿Dónde desaprendimos los caminos? ¿Por qué deberíamos dejarnos desorientar?

    La piel se eriza si una melodía es capaz de llamar al escalofrío.
    Los ojos se humedecen al reconocerse incapaces de contener la dicha inmensa.
    Y la sonrisa, el llanto y el grito se revelan a las órdenes de la mudez que el suspiro no acierta a describir en la grandeza del todo.


    ¿Qué será vivir si no lo hacemos con la misma intensidad con la que moriremos mañana?

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