LaMiradaDelGato

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    larga espera

    Llevo esperando este día, este encuentro muchos meses, muchos días, demasiados. Te he soñado, deseado, imaginado tantas veces a mi lado... que ahora que estás a punto de aparecer ante mis ojos, entre mis brazos, no voy a poder soltarte.

    Una sonrisa y una mirada cómplice cruzan la puerta de llegada. El aeropuerto está lleno de gente pero yo ya no oigo ni veo a nadie. A nadie que no sea tu.
    Vengo corriendo y me cuelgo de tu cuello. Un beso, otro beso y un abrazo interminable. Ahora el beso es tuyo. Lo suave de tus labios roza con ternura mi mejilla, pero mi boca insatisfecha reta a la tuya hasta el beso.

    Venga. Vámonos. Tan solo estaremos cuatro días solos. Bueno, tres y medio porqué te irás al mediodía.

    Apenas hemos salido de la entrada del aeropuerto, pero ya no puedo más. Necesito sentirte cerca, muy cerca de mí. Sé que tu también lo estás pensando.

    Me vestí para la ocasión. Una blusa de transparencias sugerentes. Blanca, inocente. Una falda que cubre mis rodillas y juega a esconder unas medias moradas que a agujeritos ocultan mi piel. ¿Y debajo? Imagino que durará poco, lo suficiente para que entreveas ese conjunto que adoras, de encajes y más transparencias. Sí, el del tanga pequeño que desata esa sonrisa tan pícara y tan tuya. El que siempre te hace sonreír.

    Me encanta que tus manos por fin hayan llegado a mi cintura. Que tus dedos traviesos no puedas controlar.

    La verdad es que estoy nerviosa, excitada, deseosa, ardiente, caliente.

    Necesito saber que me deseas, comprobarlo. No me importa dónde. Ahora mismo me encantaría que me metieras mano descaradamente. Voy a provocarte. No me dejaste alternativa.

    ¿Viste la película “Lucía y el sexo”? Vámonos a tomar algo...

    Sonríes. Aún no te lo crees pero tienes en tus manos mi sujetador. ¿Qué piensas hacer ahora que ves mis pechos a través del leve tul blanco?
    Mi sexo está humedeciéndose cada vez más. Tus ojos lascivos me invitan a seguir el juego. Está bien. Me levanto despacio y coloco tus manos en mis rodillas. Me inclino hacia ti regalándote el escote de la blusa y dejando mis pechos a la altura de tus ojos. Te susurro que arrastres tus manos hacia mis caderas. Pudorosa pero sin poder negarte, concentrado en el tacto y sin descuidar la mirada, accedes. Llegaste a ella. A mí. Quédatela.

    Te distraes con los dedos... con tu mano... y acaricias mis ingles, mi sexo desnudo.. . mis nalgas... te haces a mi juego, a nuestro fuego, al deseo. Y aún jugarás un rato consiguiendo que cierre los ojos de placer. Ummm. Suspiro. Suspiras. Sonríes satisfecho. Estoy desnuda. Te quedaste con toda mi ropa interior y tan solo hace diez minutos que nos encontramos.

    Me pides que caminemos... paseamos por el aeropuerto y escondes tu mano bajo la parte trasera de mi falda. Sabiendo que no existe nada más te excitas y me susurras al oído que te gustaría poder estar dentro de mi. Me empujas a un rincón y me pides que cierre los ojos. Sudo. Mis pezones erectos se presentan firmes a ti deseosos de caricias, de tus besos y tus mordiscos, de tu sentir. Mi cuello se retuerce esperando ese mordisco que indicará el comienzo... el primero. Desabrochas el botón de la falda. Me estremezco. Tiemblan tus manos pero no paras y bajas de repente la cremallera.

    Mi sexo queda al descubierto y la gente sigue caminado. Me estremezco ahora que empiezas a subirme la camisa. Tu miembro se acerca hasta mi cautivo de las ropas que por breve lo apresan. Y tus manos... siguen su camino y estrechan mis pechos. Me dices que me quieres. Y me que nos tengamos ahora. Asiento. ¿Dónde?


    Empiezan a ser incontables las horas que paso contigo a pesar de tu ausencia. Me estiro desnuda sobre la cama para que mis ropas no puedan enmudecer el deseo de los suspiros que te piensan. Enciendo una vela. Justo encima de la mirada mía que imagina el brillo de los ojos que te descubren sucumbiendo a las caricias de ambos.

    Empiezo a estar preocupada. Miento. Hace tiempo que lo estoy. Des de que supe que me había enamorado de ti. Sin causa. Sin poder hacer nada. Sin querer evitarlo. Deseando no poder controlarlo.

    Mis pensamientos también se desnudan. Quizá ya hace tiempo que lo hicieron ante ti pero ese susurro constante que irrumpe en mi mente en el más inoportuno momento... no te engaño si te digo que es nuevo para mí.

    Siempre he sido una mujer ardiente, deseosa, que gusta de placeres descritos mundanos por mentes insatisfechas. Admiro los placeres del arte natural del amar, del amor. Quizá por ello nunca dejé de buscar algo más que un compañero de juegos o de vida, o un amante sentimental.

    La pasión por la vida se transmite en el respirar, el andar... en la capacidad de suspirar... y no una, sino infinitas veces... en dudar de la realidad de lo cotidiano por haberlo impregnado, al menos vagamente, de sueños... mundanos. Ahora, aún más que antes lo sé. Aún más que nunca. Te quiero. Te necesito a mi lado.

    Somos fieles a nosotros mismos y no nos permitimos renunciar a la expresión... la elección nunca será menos que ardua e incomprensible. Pasiones como sendas profesiones. Nada es casualidad aunque nos refugiemos en ella. Nos entendemos y sabes que no es tan solo en lo común. Hablamos un lenguaje que no es el del cuerpo ni el de la escritura, ni tan solo el que encierra el mundo de las palabras. Esa comunicación casi telepática que nos hace pensar en imposibles, soñar en el mañana y recitar palabras y ocasiones como si hubiéramos compartido ya el ayer...

    No. Este escrito no era para ti. Ni tan solo para mí. No sé cómo salió, ni porqué. Pero reconozco entre sus líneas y sus breves descansos que sólo será inteligible para aquel que se atreva a coger las riendas de su vida. Sin falsas ataduras ni renuncias. Sin convencionalismos.

    A menudo, demasiadas veces quizá, me dejo llevar por la fidelidad de mis ilusiones, de las imágenes que no se rinden ante la racionalidad.

    Veo una y otra vez tus ojos clavados en mi. En ese coche. En el último vagón del tren.

    Estoy nerviosa. Incómoda quizá. Agitada. Sensible. Perturbada por lo que escrito y lo que aún me queda dentro. Siento que cuanto más te digo más debo callar. Sé que entenderás lo que te escribo.

    Empecé a escribir en otro idioma, y no en el mío en una lucha interna a favor de la distancia. En beneficio del alma en frío. Pero ya lo ves. Lo leíste.

    La miel de los labios no sólo no desaparece y ante cualquier intento por limpiarla, se apodera de los labios, los dedos y el olfato... y permanece... y se extiende...
    ¿A quién conoces que después de lo dulce de la esencia sea capaz y suficientemente terco para desprenderse de lo que con ella regala su sabor la miel?

    De vuelta a la realidad me doy cuenta que esto es peor que escribir una carta a los reyes magos justo el día después que te confirmen la falsedad de la ilusión y te impongan la madurez suficiente para aceptar una realidad que tan solo los adultos sin vida creen y aguantan... ¿los sueños se compran?

    Afortunadamente, y a pesar de todo, algunos seguidores de Peter Pan, Alicia en el País de la Maravillas, Blancanieves, Cenicienta, La historia interminable... y un largo etcétera hasta llegar a mi querida Amelie Poulain, descubren a tiempo y dolor que el objeto de nuestra felicidad no es tal sino que somos nosotros mismos. Con todo lo bueno, pero también con lo más amargo. La responsabilidad y la obligación de ser felices recae sobre el mismo ser: nosotros. La decisión, mal que nos pese a veces, es nuestra...

    Afortunadamente deja de ser necesario escribirle a un desconocido lo bueno y lo bien que te has portado para que no te llenen la casa de carbón (que por cierto era lo mejor) en día de reyes... la noche que llega después de mi amanecer... Algo tendrá que ver quizá... (sin modestia, por supuesto...)
    En resumen, o seguimos pensando en términos materiales ahorrando en espíritu... o nos damos a la esencia de nuestra leve existencia vital en la lucha por los sueños imposibles.

    ¿Y con todo qué digo?

    Pienso en nuestros pies enredándose, en tus manos esperándome al salir de la ducha para enredarse en mi pelo mojado, en tu boca en mi sexo, a mi mano en el tuyo... y humedezco mis labios pensando en el día que podré detenerme ante ti. Verte. Olerte. Saborearte. Quererte. Sonreírte. Consolarte.

    Necesito dártelo todo. Soñar contigo. Proyectos nuevos. Nuestros.
    Que me ayudes y ayudarte en los cimientos de ese hogar en el que un perro grande y lanoso duerme tranquilo frente la chimenea. En el que esos nuestros niños, aún pequeños e ingenuos sonríen y se preocupan por si llegó la hora de merendar.

    Pienso en una pareja abrazada en un sofá. Sonríen ante un montón de cartas (esta vez sin escanear) y un álbum desordenado de recuerdos sin clasificar.

    Huelo la hierba mojada y puedo oír los pájaros cantar cada mañana cuando me besas y nos amamos sin haber dejado jamás de soñar, aun con el sueño entre las manos.

    Recuerdo aun sin haberlo vivido cómo te despiertas y levantas de golpe y corres hasta la mesa... y escribes, y haces bocetos que sólo acostándote a mi vera sabes que surgen una y otra vez. Te acompaño y sonrio y en unos minutos me siento a tu lado con una taza de café con leche. Cómplice y satisfecha te acaricio la mejilla y me vuelvo a acostar.

    Somos lo que queremos y nos queremos por lo que somos. Porqué no lo decidió nadie más que nosotros.

    Podría... No. Sé que seguiré, que seguiremos con “esto nuestro” a lo que no nos atrevemos a ponerle nombre por miedo a mancharlo de la realidad a la que estamos acostumbrados. O quizá porque sabemos que será una realidad distinta y cuando demos el primer paso jamás podremos dejar de caminar. Lo desconocido siempre asusta...

    Te quiero. Lo suficiente y lo demasiado como para compartir la vida entera contigo sin renunciar a mis / tus sueños...

    ¿No fue ese el sueño más repetido de la humanidad?


    Un beso, muchos... abrázame... dormiré entre tus brazos toda la noche...

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